28/1/11

San Ildefonso

INTRODUCCIÓN

           S. Ildefonso era  español (de origen germánico pero nacido en España ya que es uno de los Padres visigodos más importantes de España junto con los hermanos S. Isidoro de Sevilla, S. Leandro, S. Fulgencio), fue monje  y más tarde, elegido Obispo de Toledo, de la que ahora es su Patrón, se celebra su fiesta con gran solemnidad y por último, otra razón que he tenido para escoger a este santo ha sido su gran amor a María. Al día siguiente de su fiesta, 23 de enero, se celebra la imposición de la Casulla a S. Ildefonso por parte de la virgen María. Ha sido considerado por muchos autores como el primer mariólogo de Occidente.

            Tratamos de estudiar un poco a San Ildefonso y dos de sus obras literarias: “Progreso espiritual del desierto” (De itinere deserti),  y “Perpetua Virginidad de Santa María” (De Virginitate Sanctae Mariaeadversus tres infidelis) escrito para combatir los errores de la secta joviniana. La tradición asegura que la Virgen María se le apareció y le impuso una casulla.

            Ildefonso, monje-obispo y Padre de la Iglesia, cuya estela  no sólo recibió Toledo sino toda la España visigoda de aquel tiempo Y es venerado tanto por la Iglesia católica como por la ortodoxa.

            Ya a finales del siglo VI, el primer poeta en lengua española, Gonzalo de Berceo, nos lo presenta así:

                        “En Toledo la buena, esa villa real,
                        que yace sobre el Tajo, ese río caudal,
                        hubo una arzobispo, coronado leal,
                        que fue de la Señora amigo natural”.

            De todo lo que escribió, fue sin duda alguna, su obra dedicada a María la que más le ha hecho conocer, pues a igual que a S. Bernardo, es este amor a la Virgen lo que más le ha hecho conocer y querer. Aunque esto no reste importancia a las demás facetas de su doctrina.

            San Ildefonso –constató el anterior Sr. Cardenal (D. Antonio Cañizares, el cual presidió el pasado 23 de enero la Misa Pontifical en la Catedral Primada de Toledo, con motivo de la solemnidad de San Ildefonso, patrón de la ciudad)  – «ha seguido y sigue mostrándose como el buen pastor y maestro nuestro», insistió, ya que su magisterio perenne incluye sabiduría y enseñanza «de la verdad», para poner «cimientos sólidos» a través de la confesión de fe en «Jesucristo, hijo único de Dios, que nace de la Virgen».      
    
         De su magisterio, se encuentra hoy «mucha luz», afirmó, ya que ante todo pretende «buscar la verdad» y reivindicar «a Dios y las cosas que son suyas». Hay que «buscar el amor a la verdad», dijo, porque en verdad «en el amor a la verdad radica el amor al hombre».  En este sentido constató que esto es lo que nos ha recordado siempre el Papa Juan Pablo II de quien dijo, tras confesar que espera que «pronto» se le vea en los altares, que fue el «gran testigo de la esperanza» y el hombre que «como nadie ha trabajado y lo ha apostado todo por el hombre, por la paz y la familia, para que el hombre sea reconocido en su grandeza y su dignidad». Juan Pablo II «es el Papa de los derechos humanos», dijo, y todo porque, como el santo patrono de Toledo, «anclado en la Virgen María», vive «en esa espiritualidad hondamente cristiana donde está toda la esperanza para el hombre».
           
1-    BIOGRAFÍA Y OBRAS

            Para reconstruir su biografía, además de los datos contenidos en sus obras, disponemos principalmente del Beati Ildephonsi Elogium de S. Julián de Toledo, contemporáneo suyo y segundo sucesor en la sede toledana, escrita como apéndice al De viris illustribus. La Vita vel gesta S. Ildephonsi Sedis Toletanae Episcopi, atribuida a Cixila, obispo de Toledo (774-783), donde se mencionan por primera vez los milagros de su vida y la Vita Ildephonsi Archiepiscopi Toletani de fray Rodrigo Manuel Cerratense, S. XIII), añaden al Elogium tradiciones posteriores con tinte legendario.

             S. Ildefonso[1] nació en Toledo sobre al año 607 durante el reinado de Witerico de Toledo, y aunque sus padres eran germanos, estaban asentados en la ciudad toledana. Estos, pensando en que recibiera una esmerada educación, lo enviaron al lado de su tío Eugenio, que después sería arzobispo de Toledo y santo. Al lado de este santo y gran pedagogo, supo caminar con pasos de gigante en la línea de su propia formación, en la sabiduría y en la santidad. S. Eugenio, no sabiendo ya que más enseñar a su sobrino, lo envió a Sevilla para que se formara en la escuela que con tanta fama estaba dirigiendo allí S. Isidoro. Pronto se ganó la simpatía y el querer de todos. Fue la admiración por su inteligencia y su corazón. Todos deseaban estar a su lado porque respiraba virtud por todas partes. Delante de él nadie podía criticar ni hablar de cosas insulsas.

            Después de doce años de estudios en todas las ramas del saber de su tiempo, regresó a Toledo. Su padre tenía los ojos puestos en él y confiaba en que pronto sería uno de los hombres más influyentes de la ciudad. Quiso que entrase a formar parte de la vorágine de la juventud y a tratar con las familias más acomodadas o famosas de la ciudad. No pensaba lo mismo Ildefonso, ya que pronto le manifestó a su padre el deseo de su corazón de ser totalmente del Señor. Así, un día huyó de la ciudad y se dirigió a Agali (en los arrabales de Toledo), donde había un monasterio de monjes en el que solicitó su entrada para entregarse del todo al Señor y a la Virgen María. Pronto lo nombraron abad del monasterio como sucesor de Deodato. Por más resistencia que opuso tuvo que acabar aceptando el cargo. Firma entre los abades en los Concilios VIII y IX de Toledo, no encontrándose su firma, en cambio, en el X (656).

            En el año 657 moría su tío Eugenio, dejando vacante la sede episcopal de Toledo. Tanto el clero como el pueblo y el rey, le eligieron para sucederle en tan alta dignidad. Y sin quererlo pero obligado sobre todo por el rey Recesvinto, cargó con aquella cruz y servicio que el Señor le encomendaba. Fue consagrado obispo el 26 de noviembre del 657. En la correspondencia mantenida con Quirico, obispo de Barcelona, se lamenta de las dificultades de su época. Resultó ser un gran padre y celoso pastor de las ovejas que el Señor le otorgó cuidar. Trabajó con gran celo por extender la fe y las buenas costumbres entre el clero y los fieles.    
     
            Así es retratado por los biógrafos de su época:

          “Era de gran estatura, temeroso de Dios, grave en el andar, muy religioso,   modesto, afable, piadoso y siempre complaciente menos en el pecado; favorecido con muchas gracias e inteligente elegante en la expresión persuasivo en la predicación, celoso por la salvación de los hombres y entregado al amor de Dios y a la Virgen María”[2].

            Murió el 23 de enero del 667. Fue sepultado en la Basílica de Santa Leocadia de Toledo. En su epitafio leemos: Sol de España, antorcha encendida,áncora de la fe. En el siglo VIII durante la invasión musulmana, sus restos fueron trasladados a Zamora.

            Del Beati Ildephonsi Elogium de San Julián de Toledo, contemporáneo suyo y segundo sucesor en la sede toledana, escrita como apéndice al De viris illustribus, se conservan las siguientes obras:

             -Sobre la virginidad perpetua de Santa María contra tres infieles (De virginitate S. Mariae contra tres infideles), su obra principal y más estimada, de estilo muy cuidado y llena de entusiasmo y devoción marianos. Los tres herejes a que se refiere son Joviniano y Elvidio, refutados ya por San Jerónimo, y un judío anónimo. Esto da pie a pensar que intenta refutar a algunos de su época, que, quizá por influencia judía, resucitaban los mismos errores. Consta de una confesión inicial a Dios y a Cristo y de 12 capítulos. En el primero defiende contra Joviniano la virginidad de María en la concepción y en el parto; en el segundo mantiene contra Elvidio que María fue siempre virgen; a partir del tercero muestra que Jesucristo es Dios y la integridad perpetua de María. Depende estrechamente de San Agustín y San Isidoro, y constituye el primer tratado mariológico en la historia de la teología. Fue traducida por el Arcipreste de Talavera y ha tenido gran influencia en la Iglesia occidental. Por esta obra y su gran devoción a María, fue llamado “capellán y fiel notario de María” por Lope de Vega.

            Se confesó fiel esclavo de la Señora y como regalo a esta confesión, la Virgen se le presentó y le regaló una Casulla en la Catedral iluminada prodigiosamente durante el llamado “Descenso”, milagro inmortalizado en los cuadros de Murillo, Velázquez, Rubens y Jordan.  Todavía hoy, junto a la piedra del Descenso una inscripción recuerda la singular visita de María: Cuando la Reina del cielo/ puso sus pies en el suelo/ en esta piedra los puso. / De besadla tened uso/ para más vuestro consuelo.

-Comentario sobre el conocimiento del bautismo o Anotaciones sobre el conocimiento del bautismo (Liber de cognitione baptismi unus), descubierto por E. Baluze y publicado en el libro VI de su Miscelánea (París 1738). Es de sumo interés para la historia del bautismo en España. Escrito con finalidad pastoral, expone al pueblo sencillo la doctrina de la Tradición sobre este sacramento.

            En esta obra sigue la doctrina de los Padres de la Iglesia. Trata de la creación del hombre y de la caída original; del bautismo de Juan y del bautismo de Cristo, afirmando que sólo el último perdona los pecados; expone cómo se ha de recibir el bautismo y explica las ceremonias; explica el Credo, que ha de aprenderse de memoria (es un valioso documento para el estudio de la historia del Símbolo en España); explica el Padrenuestro; trata de la Comunión, y ya en el final, explica la liturgia del lunes y martes de Pascua como coronación de las ceremonias de la iniciación cristiana. Las fuentes principales son: las Enarrationes in psalmos de San Agustín, las Moralia de San Gregorio Magno y las Etimologías de San Isidoro. 

            -Sobre el progreso del desierto espiritual (De progressu spiritualis deserti), prolongación de la obra precedente: recibido ya el bautismo, se explica la vida cristiana del bautizado. Utiliza excesivamente la alegoría: debemos cruzar el desierto y el Mar Rojo (esto es el bautismo). La permanencia en el desierto es la vida en este mundo. El camino por el desierto se refiere a la renuncia que ha de hacerse de os vicios y a la práctica de la humildad y la caridad.  La salvación se prefigura con la llegada a la Tierra Prometida.

            Exalta la vida contemplativa para todos los cristianos. Hace también una hermosa descripción de la Iglesia como Esposa de Cristo, habla de las virtudes teologales, etc.

            -Finalmente, se conservan dos Cartas dirigidas a Quirico de Barcelona. No se conservan las siguientes: Liber prosopopejae imbecillitatis propriae, Opusculum de proprietate personarum Patris et Filii et Spiritus Sancti, Opusculum adnotationum actionis propriae, Opusculum adnotationum in sacris.

            El Elogium habla de misas compuestas por Ildefonso, himnos y sermones; la tradición manuscrita le atribuye algunos, que la mayor parte de los críticos toman como apócrifos.

            -Sobre los varones ilustres (De viris illustribus), continuación del de S. Isidoro. A diferencia de éste, enumera no sólo a escritores, sino a eclesiásticos ilustres por su santidad o dotes de gobierno. De los 13 personajes que en ella figuran, 7 son toledanos. En cambio, autores tan importantes como Braulio de Zaragoza o Isidoro de Sevilla, son apenas destacados. En el estilo y noticias depende de S. Jerónimo, Genadio y S. Isidoro. Aunque no está reseñada esta obra en el Elogium, dada la atribución manuscrita que se la atribuye unánimemente, puede darse por auténtica.
        2- LAS POSIBLES APORTACIONES DE S. ILDEFONSO A LA  LITURGIA HISPANA
            -La fiesta de Santa María: En un contexto de afianzamiento de la fe católica frente a un arrianismo que no terminaba de superarse del todo particularmente en algunos ambientes visigodos relacionados tal vez económica y organizativamente con grupos judíos, se perfila una remodelación del antiguo calendario que permita un contexto más favorable para celebrar el misterio de la Encarnación del Verbo a la celebración de la maternidad virginal de María. El arrianismo caló fuertemente en los visigodos, no por una convicción, sino por la sintonía de este con las concepciones religiosas bastante simples de un pueblo guerrero y no muy dado a al distinción sutil. El abad Ildefonso, autor del canon 1º del X Concilio de Toledo (656)[3], que fija la fiesta de la Encarnación (25 de Marzo) o de Santa María en la fecha adventicia del 18 de Diciembre a ocho días de la Navidad (25 de Diciembre). A el también se le atribuyen la Misa y el Oficio de esta fiesta así como algunos posibles retoques en la Misa de Navidad.

            -Alusiones a la Virgen María en otros lugares de la liturgia: En España a Santa María, la Madre del Señor, se la conoce como “La Virgen”, tal y como en Francia es “Nuestra Señora” o en Italia “La Señora”. Se debe a San Ildefonso y a como caló en el pueblo cristiano su teología.

            Con todo esto se puede percibir hasta que punto el siglo de Ildefonso (589-711) es un siglo apasionante en la vida de la Iglesia española y que se refleja fuertemente en su impronta sobre la Liturgia, la Teología y la Espiritualidad.

2-    DOCTRINA

            Acostumbrado a sentir las necesidades de las almas, sus obras son eminentemente prácticas.

            El Elogium dice de Ildefonso que fue notable por su elocuencia. Muy enraizado en la tradición patrística, su esfuerzo principal estriba en dar al pueblo en forma asequible «la doctrina de los antiguos». Su teología es fundamentalmente mariana y sacramentaria. Merece destacarse la claridad con que afirma su fe en el parto virginal: «No quiero que alegues que la pureza de nuestra Virgen ha sido corrompida en el parto... no quiero que rompas su virginidad por la salida del que nace, no quiero que a la Virgen la prives del título de madre, no quiero que a la madre la prives de la plenitud de la gloria virginal» (Sobre la virginidad..., cap. I), y la insistencia con que la proclama Madre de todos los hombres. En la doctrina sacramentaria, recomienda la comunión diaria («Pedimos en esta oración del padrenuestro que este pan, el mismo Cristo, se nos dé cada día», Anot., cap. 136), defiende que el bautismo administrado por los herejes es válido y no debe iterarse (ib. 121), y que no es válido, en cambio, si se omite en la fórmula alguna de las tres divinas Personas. El bautismo sólo pueden conferirlo los sacerdotes, excepto en los casos de grave necesidad (ib. 115). Después habla de la Confirmación, relacionándola con el sacerdocio de los fieles: «Puesto que somos raza de elección y sacerdocio real, somos ungidos después del bautismo del agua con el crisma» (ib. 123) y de la infusión del Espíritu por la imposición de las manos (ib. 128).

            4-SOBRE LA VIRGINIDAD PERPETUA DE SANTA MARÍA

         Debió cundir muy pronto entre los toledanos la noticia de que la fiesta que en honor de la Virgen promulgara el concilio décimo para el 18 de diciembre, había sido establecida a ruegos y propuesta del entonces todavía abad agaliense. Con facundia arrolladora hizo observar a los Padres conciliares que el 25 de marzo, consagrado a celebrar el misterio de la Encarnación, no podía realzarse con las solemnidades debidas por ocurrir siempre este día dentro del tiempo cuaresmal, cargado de ayes y lutos litúrgicos, o en el ciclo absorbente de la Pascua florida. Convenía, por ende, que, sin que desapareciera tal fecha del calendario eclesiástico, se eligiera otra sin agobios ni precedencias rituales en que dignamente pudiera destacarse misterio tan "celebérrimo y preclaro". Insinuó que tal fecha pudiera ser el día octavo antes de la fiesta de Navidad a la que igualaría en rango cultual.
            El Concilio aprobó la propuesta y encargó al mismo ponente de la redacción del Oficio de la festividad de Santa María, Madre de Dios, festividad que se celebraría todos los años con gran solemnidad litúrgica el día 18 de diciembre.

            Para estas fechas ya tenía San Ildefonso compuesto su opúsculo sobre la Perpetua Virginidad de María, tratado indisolublemente unido al nombre de su autor que, perito en todos los estilos literarios, rompió aquí con cánones y moldes para desahogar su corazón en torrencial explosión de afectos. En él, después de rebatir a los herejes que habían negado el singular privilegio de la Madre de Dios, rinde la victoria arrodillado ante la Reina del cielo:

            "Concédeme, Señora, estar siempre unido a Dios y a Ti; servirte a Ti y a tu Hijo, ser el esclavo de tu Señor y tuyo. Suyo, porque es mi creador; tuyo, porque eres la Madre de mi Creador; suyo, porque es el Señor Omnipotente; tuyo, porque eres la sierva del Señor de todo; suyo, por ser Dios; tuyo, por ser tú la Madre de Dios... El instrumento de que se sirvió para operar mi redención lo tomó de la sustancia de tu ser; el que fue mi Redentor Hijo tuyo era, porque de tu carne se hizo carne el precio de mi rescate; para sanarme de mis llagas con las suyas, tomó de ti un cuerpo vulnerable... Soy, por tanto, tu esclavo, pues tu Hijo es mi Señor y eres Tú mi Señora y yo soy siervo tuyo, pues eres la Madre de mi Creador".

            La Virgen, Madre y Señora, premió los afanes de su hijo y siervo. Muy pronto el libro De perpetua Virginitate formó parte de la literatura litúrgica partido en siete lecciones. Hacia el final de su vida hizo el autor una nueva distribución de su escrito en seis fragmentos, coronando la obra con un sermón precioso. Se acercaba la fiesta de la Señora.

            La noche clara del 17 de diciembre parecía más que nunca un manto para la Virgen, fúlgidarnente matizado de estrellas. En aquella noche, el monarca y el pueblo fiel asistirían juntamente con el clero a los solemnes maitines de la festividad. Antes de la llegada de Recesvinto se abrió el atrio episcopal y, a la luz tenue de las antorchas, salió el cortejo que, presidido por el metropolitano Ildefonso, se dirigía al templo catedralicio. Chirriaron las llaves al hacerlas girar los ostiarios en las pesadas cerraduras y los clérigos penetran en la basílica. De pronto advierten que les envuelve cierto resplandor celeste; sienten todos un pavor inaudito; las antorchas caídas de las manos trémulas dan contra el suelo dejando una estela de humo denso. Mientras los acompañantes del prelado huían despavoridos, Ildefonso, dueño de sí, empujado por un estimulo interior, sigue animoso hasta el altar; postrado ante él estaba cuando, al elevar los ojos, descubre a la Madre de Dios sentada en su misma cátedra episcopal. Alados coros de ángeles y grupos de vírgenes, distribuidos por el ábside, forman modulando salmos la más espléndida corona de la Reina del cielo. Era este el instante en que los clérigos huidizos, envalentonados con la compañía de otros muchos, tornan al templo en busca del prelado. Tampoco pueden sus ojos resistir la presencia de aquel espectáculo y vuelven a huir. Maternalmente la Virgen María invita a Ildefonso a acercarse a Ella y con palabras, recordadas después con gozo inefable, alaba al siervo bueno y le hace entrega, en prenda de la bendición divina, de una vestidura litúrgica traída de los tesoros del cielo.

            Envuelta en el mismo fulgor celeste, escoltada de ángeles y vírgenes, torna a la gloria la Reina del cielo. En el templo a oscuras quedó un lugar sacrosanto, una vestidura celestial y el corazón agradecido del hijo bueno premiado por su Madre.

CONCLUSIÓN

            Hemos tratado de esbozar en estas páginas, la figura de este santo toledano tan importante en la España visigoda. A pesar de los numerosos santos que encontramos en este período histórico: San Isidoro de Sevilla; S. Julián; Santa Florentina; S. Fulgencio, S. Leandro…, ninguno de ellos oscurece la figura del otro; todos fueron igualmente importantes y necesarios en la época histórica que les tocó vivir, y S. Ildefonso, fue sin duda una luz, un astro fulgurante en España y que influyó en los tan importantes Concilios toledanos en los que participó.

            No hemos podido tratar en profundidad las obras por él escritas, deteniéndonos particularmente en la que habla sobre la virginidad de María. Pero sí hemos podido proyectar una mirada general sobre su vida, su influjo y sobre sus obras que tan importantes fueron para la enseñanza de los fieles como para refutar las herejías que entonces existían y se propagaban.

            Que S. Ildefonso, siga desde el Cielo intercediendo por nosotros y ayudándonos a caminar en esta etapa histórica también tan llena de conflictos y olvido de Dios.

 
           S. Marina Medina Postigo
BIBLIOGRAFÍA



 Andrés Molina Prieto, Palabras finales de los santos, Claune 178 (2007), 330-333.
 Antonio Cañizares, Clausura del Año de San Ildefonso, Toledo 2008.
A.    Ricardi, C. Leonardi, G. Zarri, Diccionario de los santos. Volumen I, Ediciones San Pablo, Madrid 2007.
F.J. Montalbán, Historia de la Iglesia Católica. Tomo I, B.A.C., Madrid 1950José Campos, V. Blanco, San Ildefonso de Toledo. La virginidad perpetua de Santa María; el conocimiento del bautismo; el camino del desierto, B.A.C., Madrid 1971J. Madoz, San Ildefonso de Toledo, Estudios Eclesiásticos 26 (1952), 467-471.
J.M. Cascante, Doctrina mariana de San Ildefonso de Toledo, Ediciones Casulleras, Barcelona 1958.
J. Orlandis, Historia del Reino Visigodo Español, Ediciones Rialp, Madrid 2003.

___________________
[1] Es un nombre germánico, de los que nos trajeron los visigodos. Está formado, igual que el de Alfonso, con los elementos Hathus-all-funs, cuyo significado es "guerrero totalmente preparado para el combate", con el primer componente Hilds, que es una variedad de Hathus, del que se considera equivalente. De ahí que pueda encontrarse la variante de Hildefonso (con h inicial). A veces se ha confundido este nombre con Adalfonso.
[2] A. Ricardi, C. Leonardi, G. Zarri, Diccionario de los santos. Volumen I, Ediciones San Pablo, Madrid 2000, p. 1067.
[3] Además, S. Ildefonso fue un participante destacado en el IX Concilio de Toledo (653), celebrado bajo el reinado de Recesvinto, en el cual el prelado toledano efectuó una defensa de la unión de la monarquía con la jerarquía eclesiástica que, en cierto sentido, sería una de las bases de la expansión territorial hispana durante la Edad Media, sobreviviendo a su creador y convirtiéndolo en el exponente de una línea ideológica y política muy habitual en el medioevo: la alianza entre el trono y el altar, es decir, entre el autoritarismo regio y la filosofía cristiana. Un año más tarde, también participó en la promulgación del Liber Iudiciorum, el código legal visigodo común para todos los habitantes de Hispania, con independencia de su origen, otra contribución esencial en el camino hacia la unidad.
               

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